E n un lugar de la Mancha de cuyo
nombre no quiero acordarme, no ha
mucho tiempo que vivían unos camareros
de los de patita de calamar, sonrisa profiden,
entusiasmo por doquier y simpatía en
abundancia que llegaron a tierras castellanas
a crear una magnífica posada.
S í, sí, por aquella magnífica posada.
Es, pues de saber que estos sobredichos
Hidalgos, no solo ofrecen su simpatía,
su atención y su amabilidad. Si únicamente
ofrecieran estos menesteres, seguiría siendo
un mesón cualquiera. Y no, estos gentiles
hombres vestidos con jubones verdes, calzones
negros y esa rúbrica de identidad marcada en
el pecho que lamentablemente estos hermosos
caballeros no pudieron dedicar su vida
profesional a lucir sus cuerpos en las pasarelas
(muy a su pesar, si hubieran seguido esta vía
su subsistencia hubiera corrido peligro),
decidieron hacer de su
profesión una forma de vida.
N o había follón que se escapase
de esta posada, pero no entiendan mal.
Follón quiere decir persona
vil y cobarde, porque efectivamente,
había que ser vil y cobarde
para no sentarse en tal grandiosa
para degustar una gran tapita
y un buen botellín.
E s más, el pueblo embaulaba todo sustento
alimenticio que por aquella barra asomaba.
Los más inquietos del lugar,
velozmente se apresuraron a averiguar
qué excelente cocinera era la autora
de glorioso manjar,
descubrieron que era Justi,
desde entonces supieron
que su dicha no sería igual,
debían volver a sus moradas para
comunicar a sus madres lo siguiente:
“Madre, lo siento, pero he conocido
cocinera que guisa mejor que vos”.
Desde entonces, algunos señores
quedaron desheredados, pero les dio igual.
Sabían que su verdadera casa
estaba en aquel magnífico lugar.
M uchos caballeros serranos entendieron
desde entonces que el edén debería ser
una especie de reducto con forma de Castillo,
y que por mucho que la Biblia se
empeñase en afirmar que estaba en el cielo,
estos lúcidos caballeros habían
descubierto el verdadero paraíso,
ni más ni menos que lo habían fabricado
unos mortales del linaje de los Castillo.
‘Lo bien hecho bien parece’,
cualquier cosa que se haya realizado
con tiempo y dedicación, mostrará
la impronta de lo bien hecho.
P odría ser la carta de presentación
de dicho lugar,
que es algo más que un bar.
Se trata de un aposento
para toda clase de mortal,
ya sea dama o caballero,
longevo o infante,
apuesto o feo,
alto o bajo,
deportista o borracho,
rico o pobre,
moreno o rubio,
heterosexual u homosexual
(es más, hay sospechas de que José,
no se sabe por qué, a estos últimos
les guarda un cariño especial...
¿por qué será?).
Cualquiera tiene lugar en susodicho lugar.
N o hay que darle las gracias a Dios,
sino a Jaime por crear,
hace ya 30 años magnífico paraje,
que sigue igual a su tradición.
En la actualidad, te podrás encontrar
A Teo, Javi o José y ellos con su amabilidad
habitual te harán ver la felicidad.
Porque estar en El Castillo
con tus amigos no tiene precio...
( a este bello juglar se le ha ido
la pinza), vete al Castillo
que por muy feo que seas te acogerán.
MESÓN CASTILLO
T u casa, tus amigos, para todo lo que
quieras, incluso para hacer deporte
vete a este Mesón,
un punto de encuentro llamado EL CASTILLO.